“Trata a las personas como si fueran lo que deberían ser, y ayúdalas a convertirse en lo que son capaces de ser.” Goethe

martes, 14 de abril de 2009

La Vieja Sirena



En aquel momento apareció ella, totalmente desnuda, rojas las mejillas, blanquísimo el cuerpo salvo las rosadas cimas de los pechos y la rizada negrura de su vientre.

Habló con dolor pero con trágica resolución y, al mismo tiempo, avanzó hasta el muchacho, puso las manos en sus hombros para descolgarle la túnica, que resbaló hasta el suelo. Bajaron sus manos sobre los flancos viriles, cayó de rodillas y él la siguió en el movimiento, rozando con sus dedos los diminutos pechos enardecidos. No hizo falta que ella le tocase para que el sexo flácido se alzara y entonces Ittara se tendió de espaldas y cerró los ojos, abriendo las piernas en la misma posición que en sus noches rituales, negándose a confesar su sacrilegio. Sintió las rodillas y los muslos de Ahran entre los suyos, percibió la cabeza de su dardo tanteando torpemente hasta que ella misma le situó en su centro. El muchacho alzó la frente y embistió con su pelvis; estaba ciego y solo, mero arpón en una niebla. Ella recibió la acometida, y soportó los frenéticos vaivenes hasta que terminaron en la explosión violenta, en los gritos animales, en la boca que mordía, en le joven ya colmado, pesando sobre su cuerpo.

Ahram rodó a su lado en la hierba sintiéndose a la vez triunfante y derrotado. Emergía como de un oscuro abismo y aunque su cuerpo había conocido el estallido genésico, no era mucho más que el que se había proporcionado a sí mismo otras veces o en las cópulas del pesquero. Fue como disputar una carrera y extenuarse, pero al menos era el vencedor. Lo proclamó triunfante:
-¿Ves como soy como todos?
Ella se incorporó sobre el codo, a su lado, y le miró con hondísima ternura:
- No. Eres más que nadie, ya te lo dije. Y te he dado más que a nadie. Y voy a seguir dándotelo… Ven, amor mío, te voy a enseñar, antes que los demonios vengadores destrocen eternamente mi alma. Te voy a enseñar.
En sus manos, entre sus brazos, bajo su mirada, Ahram empezó a asomarse de verdad al amor. El día se les hizo infinito y brevísimo. La tierra se estremecía bajo sus cuerpos enlazados y el sol danzaba en lo alto renovándoles el ardor. Por momentos, entre abrazo y abrazo Ittara lloraba largamente su pecado. De pronto llegó a refugiarse en la gruta pero, al ver que Ahram la perseguía, salió en el acto y se ofreció ala entrada, repitiendo: ‘ Dentro no’ Desde aquel momento dejo de llorar y sus ojos solamente se llenaron de sombras en vez de lágrimas, salvo los relámpagos que el goce hacía estallar en esa umbría. Intentó que Ahram la azotase con unas ramas, pero solo consiguió aumentar las caricias que llovían sobre su piel. Llegado el ocaso ella no se atrevió a entrar en la cueva, orando solamente desde fuera, y entonces fue cuando, desde la misma puerta y a la luz de la lámpara encendida, el muchacho consiguió ver la figura de la diosa, con un brazo alo largo del costado y el otro doblado sosteniendo una paloma, mientras una serpiente trepaba por su pierna. Acabada su plegaria Ahram la llevó en brazos hasta Albelda, que él por primera vez pisaba, y la depositó en el lecho oloroso de hierbas donde, comprendió él, se celebraban los ritos carnales del plenilunio. Allí en sus brazos, amó de nuevo hasta que le ganó la fatiga.

A la mañana siguiente, entre los primeros besos, ella puso en su mano una medalla de estaño. En el anverso figuraba el árbol de la vida con una estrella a cada lado y encima un creciente lunar; en el reverso, una figura entre mujer y pez rodeada de ondas.
-Tómala- le dijo Ittara, colgándosela tiernamente al cuello-. Yo ya no puedo seguir llevándola. Ya no soy de la diosa, sino tuya. Y tú eres suyo.
La Vieja Sirena de J L Sampedro

No hay comentarios:


Mahatma Gandhi 1869-1948. Político y pensador indio

Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él.

Carpe Diem