Se despertó al sentir agua caliente resbalando por su
cadera. Tenía empapada la espalda de agua o sudor, no sabía cual de las dos
podía ser. Se incorporó en la cama y estiró su mano hasta dar al interruptor de
la lámpara de noche. Al mirar su pijama de raso beige comprobó que tenía una
mancha amarilla a lo largo de la cintura, se había orinado.
Hacía veinte años que no le pasaba, la última fue cuando reestructuró
la empresa y despidió a ciento veinte trabajadores. En esa época recibía cartas
con amenazas hacia su persona y un día en la entrada de garaje de su empresa veinte personas, algunas con
pancartas pidiendo justicia, rodearon el coche y comenzaron a increparle.
Alguien golpeó con el palo de una pancarta el capó y fue seguido por otro y
otro. Los agentes de seguridad llegaron con policías justo a tiempo y pudo
escapar entrando en su garaje.
Al salir del coche notó la entrepierna húmeda y caliente;
como pudo subió a su despacho y allí en su habitación privada se duchó y se
cambió.
Esta vez no había nada que temer, su cargo político como
ministro llevaba asociado escolta día y noche en la puerta de su casa. Se
decidió a ir al baño, pero sus piernas no respondían. Lo intentó una y otra
vez, pero de cintura para abajo sus órdenes no llegaban a los músculos de las
piernas.
Gritó varias veces esperando que su mujer que dormía en la
habitación contigua lo oyese. Nada. Buscó en la agenda de su móvil a su mujer y no contestaba. Probo con su
amante y tampoco. Con el de su hija que todavía no habría salido a la
universidad, con el de su hijo de quince, con el de Marcel su secretario, con
Luis el jefe de seguridad. Nadie contestaba.
Se quedó pensativo mirándose al espejo, enfrente de su cama,
y vio su cuerpo delgado, envejecido, como los pobres que ve en la puerta de la
Iglesia del Sagrado Corazón los domingos cuando va a misa. Una lágrima resbaló
por su pómulo izquierdo y a esta siguieron otras en el otro pómulo hasta
convertirse en un manantial de lágrimas.
Un grito desesperado salió de lo más profundo de su ser,
estremeciendo a los vecinos de la calle Costa Rica donde vivía. Luego silencio.
Una lengua le despertó, era Robert su fiel perro de caza que
dormía en su misma habitación. Tiró las sábanas a un lado y movió las
piernas, el espejo reflejaba a un hombre
de sesenta años con su pijama de raso beige de auténtica seda de la India.
Mostraba un cuerpo bien cuidado a base de partidos de padel,
masajes diarios, comida sana y buena vida.
Se duchó y se puso un traje azul de Armani, zapatos
italianos, corbata de seda a juego.
Hoy había consejo de ministros, se aprobarían nuevas medidas
para recortar el gasto en sanidad, en investigación, en ayudas para personas
discapacitadas.
Por la tarde reunión para terminar los últimos detalles de
la salida a bolsa de su empresa, que puso a nombre de su mujer, y que le proporcionaría varios millones de
euros de beneficios sin perder el control de la misma.
En el espejo del ascensor de su casa se sonrió al recordar
la pesadilla tan absurda que había tenido. Nada ni nadie podría con él…
Nunca había oído hablar de una enfermedad llamada ELA.
Pero
ella, le estaba esperando en la puerta.
Santa 25-Sept-2012
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