En estos tiempos, en que el sexo se arrincona en el olvido por miedo a disfrutar, o se ensalza llegando al porno frío sin el aliño del amor; este libro, leído hace un par de meses; aporta humor, estilo, originalidad y por supuesto buen sexo...
-¿Qué sabe de sexo? –preguntó abruptamente Matt.
-Nada –respondió Alicia con un brillo achampañado en los ojos.
-Entonces déjeme que se lo explique. Algunos sostienen que no puede explicarse porque sus placeres son indescriptibles. Yo puedo. Si usted quiere, Alicia, primero le cuento lo que haremos y, si las palabras le gustan, pasaremos a los actos.
Alicia no dijo ni sí ni no. Dio un trago de champaña y se relamió los lábios. Matt no necesitó más. Se quitó la chistera, se inclinó hacia su oreja y con voz entrecortada empezó a hablar como si recitara:
-Le amalaré el noema hasta que se le agolpe el clésimo. Caeremos en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Le relamaré las incopelusas y permanecrá enredada en un grimado quejumbroso que le hará emulsionarse de cara al nóvalo. Sentirá cómo las amilas se le espejunan, se van apeltronando, reduplimiendo hasta que quede tendida como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer fídulas de cariaconcia. Y sólo será el principio porque, si consiente en tordular los hurgalios, ludibrísima Alicia, me aproximaré suavemente a sus orfelunios y…
-¿A mis orfelunios? –interrumpió Alicia, demasiado excitada como para seguir soportando tanta sensualidad léxica.
- A sus orfelunios y a sus venurias… -Matt tomó aliento mientras su chistera enrojecía cada vez más-.
En cuanto nos entreplumemos, un ulucordio nos encrestionará, nos extrayuxtará y paramoverá. Será un clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproémios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. Volposados en la cresta del murelio, nos sentiremos balparamar, perlinos y márulos. Temblará el troc, caerán las marioplumas y todo se resolvirará en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que nos ordopenarán hasta el límite de las gunfias.
Fue más de lo que Alicia pudo soportar y, cogiendo la mano de su relator, se levantó y se dirigió a la salida. No había entendido nada, pero quería que so lo hiciera. Sin más dilación. Matt se caló la chistera, cuyo tono rosado había virado ya a un rojo carmesí, y la siguió.
-Nada –respondió Alicia con un brillo achampañado en los ojos.
-Entonces déjeme que se lo explique. Algunos sostienen que no puede explicarse porque sus placeres son indescriptibles. Yo puedo. Si usted quiere, Alicia, primero le cuento lo que haremos y, si las palabras le gustan, pasaremos a los actos.
Alicia no dijo ni sí ni no. Dio un trago de champaña y se relamió los lábios. Matt no necesitó más. Se quitó la chistera, se inclinó hacia su oreja y con voz entrecortada empezó a hablar como si recitara:
-Le amalaré el noema hasta que se le agolpe el clésimo. Caeremos en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Le relamaré las incopelusas y permanecrá enredada en un grimado quejumbroso que le hará emulsionarse de cara al nóvalo. Sentirá cómo las amilas se le espejunan, se van apeltronando, reduplimiendo hasta que quede tendida como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer fídulas de cariaconcia. Y sólo será el principio porque, si consiente en tordular los hurgalios, ludibrísima Alicia, me aproximaré suavemente a sus orfelunios y…
-¿A mis orfelunios? –interrumpió Alicia, demasiado excitada como para seguir soportando tanta sensualidad léxica.
- A sus orfelunios y a sus venurias… -Matt tomó aliento mientras su chistera enrojecía cada vez más-.
En cuanto nos entreplumemos, un ulucordio nos encrestionará, nos extrayuxtará y paramoverá. Será un clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproémios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. Volposados en la cresta del murelio, nos sentiremos balparamar, perlinos y márulos. Temblará el troc, caerán las marioplumas y todo se resolvirará en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que nos ordopenarán hasta el límite de las gunfias.
Fue más de lo que Alicia pudo soportar y, cogiendo la mano de su relator, se levantó y se dirigió a la salida. No había entendido nada, pero quería que so lo hiciera. Sin más dilación. Matt se caló la chistera, cuyo tono rosado había virado ya a un rojo carmesí, y la siguió.
1 comentario:
Preámbulo de amor + aliño con buenos ingredientes = Con seguridad, excelente sexo.
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